Dos lecturas de Alejandro Dumas (I): Capitán de lobos
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Publicada en 1857, Capitán de lobos, de Alejandro Dumas, pasa por ser la primera que se publicó sobre la licantropía. A mi entender, también es una de las más redondas, de las mejor construidas. Curiosamente, no está incluida en Los mil y un fantasmas, ciclo en el que Dumas reunió todas sus piezas de terror, del que Valdemar fue sacando esos espléndidos tomitos de los que yo di cuenta a comienzos del siglo XXI. De éste, para ser exactos, en el otoño del año 2000. Una vez más, éstas son las notas que tomé finalizada tan placentera lectura:
La historia que aquí se cuenta le fue referida a Dumas, siendo él un niño, por Mocquet -un montero que en tiempos fuera amigo del padre del escritor- después de intentar dar caza a un lobo que resulta inmune a las balas. La narración del tal Mocquet da lugar al flash-back que constituye la novela en sí.
Thibault, un zapatero -fabricante de zuecos- arrendado del señor de Vez, es un hombre más culto de lo habitual en las gentes de su condición. Envidiando los privilegios de la nobleza -una de las moralejas que se desprenden de estas páginas es que los siervos han nacido para tales y bajo ningún concepto deben aspirar a más-, su señor, persiguiendo a un ciervo, llega a los alrededores de la cabaña de Thibault, quien quiere al animal para él. Respondiendo entonces el zapatero de mala manera a los requerimientos del amo, éste ordena que le sea dada una azotaina. Los zurriagazos están a punto de acabar con Thibault cuando entra en escena Agnelette, una joven aldeana que, sin conocer al zapatero, intercede por él. El de Vez, rendido ante la belleza de la joven, levanta el castigo. El amor entre la muchacha y el zapatero no tardará en surgir.
Posteriormente será un lobo el que, perseguido por el de Vez y sus monteros, se acerqué a la cabaña de Thibault. El nuevo animal no es sino un diablo que huye atemorizado de sus perseguidores ya que se encuentra en el único día en que es vulnerable bajo su forma lobuna. El extraño lobo propondrá al zapatero cambiar su personalidad con la de él. Dado que, amén de la inmortalidad -salvo en caso de ser herido, en ese único día en que el endemoniado es vulnerable- el intercambio le proporcionará la satisfacción de los deseos, Thibault acepta.
Asustado por el inmediato cumplimiento de uno de sus anhelos -la muerte del lacayo del de Vez que le diera la paliza-, el zapatero permite que la cuadrilla de su señor, estando el amo herido prodigiosamente, haga noche en su mísera cabaña. Siendo menester para curar al señor del mal que padece sacrificar la cabra de Thibault, éste, temiendo que sus malos deseos para sus huéspedes se materialicen, accede. Cuando sus visitantes se marchan, dejándole nada más que su agradecimiento, la cabaña de Thibault está destrozada.
Más tarde, cuando Agnelette le pregunta quien le ha dado el anillo que ciñe uno de sus dedos, lejos de confesar que es la joya que rubrica el pacto sellado con el Maligno, Thibault dirá que lo ha comprado para ella, en prueba de su compromiso. Sin embargo, la pieza, merced a algún encantamiento, no entra en el dedo de la muchacha. Además de los prodigios, el destino que le aguarda junto a la bella aldeana, también acabará por alejarle de ella.
A partir de entonces -al igual que hemos venido viendo hasta ahora, dicho sea de paso- todos los deseos del zapatero -que cada vez que se materializan le tiñen un pelo de un chocante tono rojizo-, lejos de proporcionarle las bonanzas que al alumbrarlos imagina, no le acarrearán más que desdichas. Considerando más provechosa su unión a una bella molinera que acaba de enviudar, deseara que el muchacho que ella ama salga de escena y automáticamente, será llevado por el ejército. Pero la molinera, convencida de que el reclutamiento obedece a un arte siniestro de Thibault, concitará contra su pretendiente la primera de las persecuciones de las que éste será objeto. De hecho, a partir de ahora, no tendrá más compañía que la de esos lobos, que una noche se acercan misteriosamente a él para comenzar a caminar a su lado.
Convertido en un importante vendedor de caza gracias a su singular tropa, traba conocimiento con un juez, a cuya mujer comienza a desear. Escondido tras las cortinas de la alcoba de la bella, descubrirá que es la amante del señor de Vez, quien asegura que se ha presentado allí alertado por los gritos de la dama ante la presencia de nuestro capitán.
El siguiente episodio tiene lugar cuando Thibault asiste fortuitamente a la boda de Agnelette y es presa de los celos.
Derribado más tarde por un barón que cabalga a galope tendido, el zapatero deseará ser su agresor: automáticamente se verá convertido en él. Esta nueva aventura le llevará a la alcoba de una bella condesa. Cuando se dispone a amar a la dama, su marido se presenta. Emplazado al duelo por el conde, Thibault -es decir, el barón a quien el zapatero usurpa- resultará mortalmente herido.
Sin más compañía ya que la de sus lobos, será su capitán en la campaña de devastación que ordena desatar en la comarca. Odiado por sus paisanos, que ya están al corriente del poder que ejerce sobre las bestias merced al pacto suscrito con el diablo, Thibault se yergue contra todo y contra todos. Enemigo del Hombre tanto como de Dios, será el señor de Vez quien dirija la cacería contra él. Así las cosas, el loup-garou volverá a encontrarse con Agnelette y la intenta inútilmente recuperar. Viendo que ello es imposible, desea la muerte del marido de la joven. La muchacha corre entonces hacia la aldea donde la espera su esposo presintiendo lo peor: no ha ocurrido nada, su marido le sale al paso. Será con posterioridad, al no atender al "¿quién vive?" que pronuncia el centinela del pueblo, cuando el consorte reciba un disparo mortal. Agnelette, que cae enferma tras la muerte de su esposo, también morirá.
Cuando se cumple el primer aniversario de su pacto con el maligno, Thibault recibe la visita de éste. En su cabeza ya sólo le queda un pelo que no haya sufrido la metamorfosis que obran en ella sus deseos, aún así, el loup-garou pide a su terrible aliado un último anhelo: convertirse en un demonio de verdad. Para este postrer prodigio será necesario que Thibault pierda su último cabello -lo del pelo se nos explica con una alusión al bautismo (pág. 299)- y se convierta en un lobo negro, ocupando el puesto del que a él le tentó. Gracias a ello, será licántropo por las noches y humano durante el día. Pero la fatalidad ha querido que nuestro capitán se convierta en lobo el único día en que es vulnerable: la montería mandada por el de Vez le dará caza a las puertas de una iglesia. En base a que es hallada allí una piel de lobo sin cuerpo alguno, el párroco afirmará que el desdichado Thibault ha salvado su alma en el último momento.
"Pertenecías por la envidia al Ángel caído, mi amo y el tuyo", leemos en una de las páginas. Pero más que el livor, lo que el autor viene a condenar son los deseos de ascender socialmente. Particularmente, lo que más me ha interesado es el encendido individualismo, aunque subrepticio, que encierra la lucha de Thibault contra todo y contra todos.
Publicado el 20 de octubre de 2015 a las 17:45.